Llega la Navidad y ellos tienen el mejor trabajo: ser Papá Noel

Se preparan en silencio durante el año: se dejan crecer el pelo blanco, se cepillan la barba y mandan sus trajes a la tintorería. En Nochebuena salen de gira, dispuestos a ganarse la sonrisa de los chicos.



Durante el año llevan una vida común. Uno es un odontólogo jubilado, el otro es un ex analista de sistemas y el tercero, un maestro panadero. Pero a medida que los días pasan y cuando todavía nadie piensa en las fiestas, ellos empiezan a prepararse en silencio: se dejan crecer el pelo blanco, se cepillan la barba suave y mandan sus trajes rojos a la tintorería. Después, cuando la Nochebuena llegue, cada uno saldrá de gira, aparecerá en una, dos, tres casas, dejará con la boca abierta a algún chico y le dará, de regalo, un puñado de magia: un Papá Noel real y a domicilio.
Roberto Behrends tiene 74 años, los ojos celestes de un antepasado alemán y 2.500 cartas de Navidad guardadas en un bolso de viaje. “No las tiro porque pienso: si yo genero la ilusión de que un chico me mande una carta, no puedo tirarla después. Imaginate si otro chico las encuentra”, plantea, con su sonrisa de abuelito.
Pasaron 32 años desde la primera vez que hizo de Papá Noel pero desde que se jubiló no sólo es Papá Noel cuando se pone el traje: también cuando está de civil: “Durante el año me subo al colectivo y me dicen ‘pase, a Papá Noel no se le cobra’ y a veces veo cómo un chico que va distraído por la calle de repente me ve y se queda congelado. Hace poco yo viajaba en un tren y tenía mucho equipaje. Y una nena me empezó a mirar, fijo. Hasta que no aguantó más, se me acercó y me susurró ‘¿sos vos?”. A la nena le había cerrado todo: creyó que en esas valijas llevaba los regalos.
Roberto no es un improvisado y durante el año, estudia. Es que cada vez que lo contratan para aparecer en una casa tiene que lidiar con las preguntas de los chicos: por qué son nueve los renos, por qué uno tiene la nariz colorada, quién es San Nicolás. “Todos necesitamos un poco de ilusión. Hace poco llegué a una casa y un chico señaló mis lentes y me dijo: ‘No tienen vidrio”, como si me hubiera descubierto. Pero yo enseguida le dije: ‘Uy, ¡se me cayeron!’. Entonces el chico se agachó, hizo de cuenta que agarraba dos pequeños vidrios imaginarios del suelo y me los devolvió”.
Carlos Bige tiene 60 años, es maestro panadero y tiene un valor agregado: una enorme y redondeada panza natural. Un 24 de diciembre puede llegar a hacer apariciones en 3 o 4 casas distintas, como el grupo de cumbia del momento que pasa la madrugada agitado, de show en show. Dos mil pesos puede costar una aparición horas antes o después del inicio de la Navidad; tres mil si quieren verlo aparecer a las 12 en punto. La llegada a esas casas es un cuento aparte: en el camino le sacan fotos, se pegan codazos y le gritan ¡Papá Noel, llevate a mi suegra!
Cuando un Papá Noel llega a una casa, los padres lo hacen entrar a escondidas, le dan los regalos y un pequeño libreto: cómo se llama cada chico, qué hicieron bien en el año, qué hay que reforzar. Y por supuesto, puede fallar. “A mi me divierte cuando los chicos me ponen a prueba. Me dicen ‘a ver ¿cómo me llamo yo? ¿te acordás cuando te vi en la casa de mis primos? Les digo su nombre y que sí, me acuerdo, para no romper la magia. Y entonces me dicen ¿ah sí? ¿Y cómo se llaman mis primos?”.
Con lo que juegan es con los límites de lo real y lo imaginario: a estirar, al menos hasta la próxima Navidad, las primeras sospechas. “Hace poco estaba en una casa y viene un chico medio descreído, me tira de la barba y le dice al otro: ¿ves que es él? Otro me dijo que quería un juguete super moderno y, como yo no entendía, frenó y me preguntó: ‘Papá noel, ¿vos no ves televisión?”. Y están los otros, los de una viveza infinita: como ese chico que se le sentó en la falda para sacarse una foto y le dijo ‘Papá Noel, vos usás el mismo desodorante que mi papá’.
Abraham Ravicovich tiene 82 años, los ojos claros de un padre ucraniano y fue odontólogo toda su vida. “Cuando era chico y llegó la primera radio a mi casa yo me volví loco, no entendía cómo salían voces de ahí. Hoy a los chicos no les llama la atención nada: piden lo más moderno, ven que funciona y listo, no tienen curiosidades. Y siento que los padres nos llaman por eso: desean que sus hijos vuelvan a tener ilusiones”, dice.
Al lado, su mujer es la “mujer reno”: la que cada Nochebuena, desde hace 10 años, lo sube al auto y lo lleva, casa por casa, a repartir los regalos. A veces, cuando llegan, los chicos se alborotan y piden lo de siempre: la muñeca, la pelota. Otras, los pedidos son distintos. “Hace poco, se me acercó una nena de unos 7 años y me dio una carta donde me contaba que su mamá había muerto en un hecho de violencia. Yo todavía estaba un poco shockeado, sin saber que decir, y la nena se me acerca y me dice en el oído: “Papá Noel, vos, allá arriba, te ves con Dios?”. Yo le dije “mirá querida, Dios es una persona muy ocupada, pero a veces me lo cruzo”. La nena entonces le pidió su regalo para esta Navidad: “Bueno, si lo ves ¿le podés pedir que cuide a mi mamá?”

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